lunes, 5 de enero de 2015

Silencio...se rueda.


Lo primero es pedir perdón por haber estado ausente muchos días pero han sido muchos los acontecimientos vividos en estas fechas; y es este el motivo por el que hoy quiero hablar del silencio, aunque resulte paradójico. El silencio, como decía Juan Pablo II, es necesario para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones.

Para lograr silencio, no estamos hablando del silencio exterior que ayuda pero que no es realmente el importante, sino del silencio interior, es necesario aprender a lograr silencio y para aprender hay que dejarse educar.

Antes hay que distinguir entre silencio y mudez. El silencio no es mudo sino que el silencio es un ambiente para que los sonidos puedan llegar con mayor nitidez. El mudo es el que no habla. El silencio es el que escucha.

Aquí de los que estamos hablando es de cual es nuestra aptitud cuando se cruza un ambulancia con su sirena en un momento de conversación con otra persona, ¿Nos distraemos?,  ¿Perdemos el hilo de la conversación?

Las sirenas que rompen el silencio interior son las distracciones absurdas, las preocupaciones desmesuradas o la curiosidad mal sana. Para educar y cultivar el silencio se requiere: tranquilidad, paz, sosiego y, de este modo, uno se puede enfrentar a escuchar a Dios. Si cuando vamos a escuchar a Dios lo único que sale es lo último que hemos hecho o el acontecimiento que nos han contado es que nos falta vida de silencio.

Para logar el silencio te aconsejamos dos cosas. La primera que los primeros minutos de tu oración se dediquen a buscar el silencio y la segunda que no lugar más apropiado para el silencio que la casa del Silencio, la casa de Dios.


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